Artículo de La Nueva España sobre nuestro querido amigo y tertuliano desaparecido en Enero, Roberto Zapico. Por parte de los amigos que dejaste en la tertulia, solo decir que:
“La amistad es un sentimiento tan profundo que perdura más allá de la vida. A pesar de que hoy no te encuentras entre nosotros, sabemos que en espíritu nos acompañarás. Que descanses en paz.”
Semblanza de uno de los principales promotores del campus de Mieres, recientemente fallecido
por Alfonso Suárez – 29.02.2016 |La Nueva España
El pasado 28 de enero fallecía en Mieres, a los 62 años, Roberto Zapico Amez, respetado y querido profesor titular del departamento de Ciencias de los Materiales e Ingeniería Metalúrgica de la Escuela Superior de Ingeniería de Minas de Oviedo, primero, y de la Escuela Universitaria de Ingenierías Técnicas de Mieres los últimos 20 años. Era docente en un campus, el de Barredo, del que fue uno de sus principales promotores, impulsores y defensores; el cerebro que diseñó el primer proyecto de esta infraestructura y uno de los músculos que contribuyó a hacerlo realidad. He tenido el privilegio de conocer al profesor Zapico desde que nací y de mantener con él una intensa amistad durante casi 50 años, y me gustaría que estas líneas sirvieran para rendirle un breve pero merecido y sentido homenaje.
Rober, trece años mayor que yo, fue mi vecino a lo largo de las dos primeras décadas de mi vida, y se convirtió para mí, el primogénito de una familia numerosa, en una suerte de admirado y cariñoso hermano mayor que me introdujo y guio con generosidad y dedicación, siendo yo un niño, en el rico y mágico mundo de sus juegos y aficiones juveniles, desde la mejor colección de coches y circuito de scalextric que he visto nunca hasta la maqueta de ibertrén más espectacular conocida, pasando por su fantástica biblioteca de cómics, sus cajas de minerales, aquellas primeras supercalculadoras científicas, la fotografía, la música hi-fi, el tomavistas, el cine… Fue la primera persona a la que vi manejar un ordenador personal y quien me brindó la fascinante oportunidad de mirar, también por primera vez, a través de un microscopio.
Era para mí un tipo especial en el mejor sentido de la palabra, excepcional: Rober sacaba matrículas de honor y sobresaliente en la Escuela de Minas de Oviedo, tenía una vitalidad desbordante, inquietudes diversas y curiosidad sin límites; era ocurrente e ingenioso, tenía un agudo sentido del humor, y un extraordinario don para enseñar. Conversador impenitente, estaba ávido por saber y por compartir conmigo lo aprendido; se organizaba tan bien que tenía tiempo para todo: para estudiar, para trabajar, para jugar, para salir de fiesta, para estar con su entonces novia y luego mujer, su queridísima Gloria… Era lo que hoy se define como un tío con un carisma apabullante.
Tocaba todos los palos y todos bien. Y, lo que más me impactaba de él, no había cumplido los 20 años y todo lo que tenía lo había conseguido ahorrando con los ingresos de sus trabajos. Segundo hijo de Corsino Zapico, el popular y apreciado churrero de El Vasco, que tan orgulloso estaba de sus dos vástagos -Mari Carmen y Rober-, estudiaba brillantemente una dificilísima carrera universitaria en Oviedo, impartía clases particulares en Mieres, incluso a compañeros de cursos superiores, y ayudaba todo lo que podía a su padre en su establecimiento. Roberto lo mismo freía churros, que pelaba patatas o que hacía el reparto por bares y cafeterías de toda la comarca del Caudal: de Campomanes a Riosa, de Felechosa a Urbiés. Aprendí muchas cosas de él, aunque quizá la más importante, inculcada también por mis padres, fue que con la cultura del esfuerzo y el mérito se puede alcanzar lo imposible.
Tras concluir sus estudios con uno de los mejores expedientes de la historia de la Escuela de Minas de Oviedo, Roberto Zapico pudo haber optado al puesto que hubiese querido, en la empresa que hubiese deseado, y con una retribución más que cuantiosa, pero tuvo muy claro desde antes de licenciarse que lo suyo era la docencia y la investigación. Educado en la austeridad, dejó de lado el dinero de la actividad privada y dio prioridad a su autentica vocación, poniendo a disposición de los demás todo su saber. Acertó plenamente en su decisión, por fortuna para la Universidad de Oviedo y sus estudiantes. Doctor, autor de numerosos trabajos de investigación y divulgación, artículos y publicaciones científicas, ha sido un profesor venerado, queridísimo y muy solicitado y seguido por sus miles de alumnos en mas de 30 años de trayectoria profesional. Buena prueba de ello es que era el docente de la EUIT de Mieres que más proyectos de fin de carrera dirigía, es decir, era el profesor en el que más confiaban los alumnos para rematar con éxito sus estudios.
Y si a una capacidad de trabajo abrumadora y una formación técnica insuperable, añadimos una dedicación permanente a sus estudiantes y la cercanía y sencillez de quien se seguía sintiendo, sobre todo, un compañero universitario, dialogante y comprensivo, pero también riguroso y exigente, comprenderemos por qué el tanatorio de Mieres y la Iglesia de San Pedro, abarrotados, acogieron a cientos de personas de generaciones muy diferentes para darle su último adiós a un hombre entrañable y, en el buen sentido de la palabra, bueno como diría el gran Antonio Machado.
El principal legado profesional de Roberto Zapico ha sido, sin duda, el campus de Barredo, instalaciones universitarias de las que fue el principal autor intelectual cuando en 1996, junto con el entonces secretario general del PCA en Mieres, Agustín Casado, y representantes de otras organizaciones e independientes, participó en la creación de la Plataforma Pro Campus de Mieres. Fue el encargado de dar forma al proyecto inicial del futuro equipamiento docente, que sería probado por unanimidad en el seno de ese colectivo ciudadano.
Así empezó una apasionante, pero también larga y tortuosa, aventura que hasta verse materializada produjo al profesor Zapico éxitos y satisfacciones, pero también sinsabores y decepciones. Una historia llena de avances y retrocesos, plagada de reuniones interminables y trámites inacabables. Facilidades y obstáculos. Volcado de lleno, como todo lo hacía él, en esta ambiciosa iniciativa, batalló de sol a sol durante seis años, sin horarios y poniendo dinero de su bolsillo, para que el campus de Barredo fuese una realidad, tratando de convencer de las bondades del proyecto, primero, a la propia Universidad, y después a partidos políticos, sindicatos y administraciones central y autonómica. Tras mucho trabajo, en junio de 2002, por fin fue inaugurado el macroedificio del campus con cargo a los fondos mineros.
Pero no acabó ahí el esfuerzo del profesor Roberto Zapico por dotar a la Escuela de todos los recursos y medios posibles y por ampliar el catálogo de titulaciones y equipamientos de Barredo. Un afán al que con una independencia política insobornable, un imprescindible espíritu crítico, un saludable inconformismo, una honradez absoluta y un empuje magnífico continuó dedicando los desvelos de sus últimos años, hasta que ya la terrible enfermedad que prematuramente le devoraba las entrañas le impidió seguir con su lucha.
Cual Quijote moderno, Rober no consiguió para el campus todo lo que pretendió, porque siempre aspiró a lo máximo y prefirió enfrentarse a gigantes en vez de a molinos. Por eso, en los tiempos recientes su frustración era notable. Sin embargo, su permanente ímpetu y su fuerza imparable para abordar los retos más difíciles y enfrentarse a desafíos inauditos, han permitido a Mieres disponer de unos equipamientos universitarios que hace sólo 20 años eran una quimera. La institución docente asturiana, en general, y los mierenses, en particular, estamos en deuda con él. Y justo es, primero reconocérselo, y luego agradecérselo.
La última vez que le vi, hace ya bastante tiempo, la salud de Rober estaba ya muy deteriorada pero, al contrario que el trágico Unamuno, aún seguía conservando su sentimiento cachondo de la vida. Me obsequió con una ristra de chistes, un repertorio de anécdotas y una antología de episodios descacharrantes que seguía contando, divertido, entre grandes risotadas. Genio y figura. Me habló de lo orgulloso que estaba de su hija Eva y de sus sobrinos, todos buenos profesionales; de lo muchísimo que seguía mandando Eloína, su nonagenaria madre coraje; de su querida hermana Mari Carmen… Se interesó por mí y por mi familia y se despidió con un «¡ya nos veremos!». Lamentablemente, no pudo ser, pero el profesor Zapico permanecerá para siempre en mi memoria como una persona ejemplar, como el gran tipo que fue. No se lo dije entonces, pero se lo escribo ahora. Con cariño y admiración, descansa en paz, Rober.